jueves, 25 de noviembre de 2010

El llanto de los niños

Los niños lloran, por cualquier nimiedad, como si estuvieran padeciendo un suplicio. Porque les has arrebatado un juguetito que estaba en el suelo a su alcance, porque les sabe mal la papilla de verduras...El llanto apenas dura unos segundos, un ínfimo minuto, pero a mí siempre me ha perturbado. Tengo la sensación de percibir, en las profundidades de mí mismo, el llanto de todos nosotros, los quejidos atávicos y aterrorizados de los hombres de las cavernas. Como si el quejido profundo del bebé de los vecinos, amortiguado y lejano, que me despierta en la noche, fuera el ruido de fondo de la humanidad.

domingo, 14 de noviembre de 2010

El reloj


 
Horloge!  dieu sinistre, effrayant, impassible,
Dont le doigt nous menace et nous dit:"Souviens toi!”
Charles Baudelaire (L’Horloge)


Todavía hoy, tanto tiempo después de enterrar a la vieja, me parece estar oyéndolo, machacón e insistente: tic-tac, tic-tac; por eso no quiero tener relojes. 
Todo empezó cuando al viejo se le metió en la cabeza que debían venir a revisar el antiguo reloj de pared que había heredado de sus padres, porque el péndulo sonaba demasiado fuerte. No lo oyes, Pilar, ¿es que no lo oyes?, yo le dije con brusquedad que no escuchaba nada especial, que el reloj sonaba como lo que era, un trasto viejo. El mecánico relojero confirmó lo que ya sabíamos, que allí no pasaba nada. Lo cierto es que el viejo, tan activo hasta entonces, siempre de aquí para allá, empezó con los dolores de cabeza, un día sí y otro también y, cuando pasaba por la entrada donde estaba el reloj, se llevaba las manos a las sienes con un gesto de dolor, como si la débil oscilación del péndulo, sonase igual que las tamborradas de mi tierra. 
Poco a poco, el viejo fue empeorando, se encerró en su habitación, y si abrías la puerta para preguntarle como estaba, se tapaba las orejas enseguida, tal parecía que hubiese estallado una bomba. La viejecica, sorda como un tapial, no podía entender a su marido y se entristecía al ver como un hombre tan cuerdo y tan sano como el suyo daba, a la vejez, en semejantes desatinos.  Por eso, la pobre, se sentaba al lado del viejo en la habitación y le miraba con ojos de carnero degollado mientras él apretaba los dientes en un gesto de dolor. 
Al cabo, el viejo dejó de salir de la habitación porque no soportaba aquel metal taladrándole los oídos. Se pasaba las horas sentado en el silloncico de la ventana dejando que el débil sol del invierno le bañase, y sólo se calmaba un poco con las visitas de su nieta Cristina, que fue la que propuso que se tirara el reloj a la basura, pero su padre, el yerno del viejo, que era un estirado y un tacaño no quiso; porque, según él, las manías no se curan dándoles gusto a los maniáticos. Para mí que no quiso deshacerse del artefacto para que no menguase ni un ápice la herencia, como sería de agarrado el yerno que, en esos días, me propuso quedarme también por las noches a cuidar del viejo, ¡pero por el mismo dinero!, le contesté que ni de casualidad, apreciaba al viejo y a la vieja, pero no tanto como para eso. 
Un día, cuando ya estaba muy malito, me dijo: Pili ya no lo siento en el oído, lo siento en el pecho. Yo le vi tan sincero al viejo, que me acerqué hasta la entrada y pegué el oído a la caja, cerca del péndulo, pero no oí nada fuera de lo normal: tic, tac, tic, tac.
         Cuando nos quedamos solas, la vieja ya no me daba tanto quehacer y solía pasarme el día hablando con mis amigas por teléfono. Por las tardes, nada más comer, nos sentábamos las dos a ver la telenovela en la televisión de la cocina, aunque la pobre, como ella decía, sólo veía las figuras porque no se enteraba de nada. Una tarde la oí decirme:
     —Pon la tele que ya son las cuatro y nos vamos a perder la novela.
—¿Y usted cómo sabe que son las cuatro? —le contesté.
—Porque han sonado las campanadas del reloj de la entrada.
Sorda como estaba, que yo debía desgañitarme para que me entendiera, ¿cómo era posible que oyera el reloj? Fuí corriendo a la entrada y vi aterrada como marcaba las cuatro y un minuto, el minuto justo que yo había tardado en llegar a la entrada.
Por eso no quiero tener relojes, porque aún me parece estar oyéndolo, machacón e insistente: tic-tac, tic-tac, igualico que si me susurrase: te espero Pilar. 

miércoles, 10 de noviembre de 2010


Las verdaderas correspondencias

Correspondances

La Nature est un temple où de vivants piliers
Laissent parfois sortir de confuses paroles;
L'homme y passe à travers des forêts de symboles
Qui l'observent avec des regards familiers.

Comme de longs échos qui de loin se confondent
Dans une ténébreuse et profonde unité,
Vaste comme la nuit et comme la clarté,
Les parfums, les couleurs et les sons se répondent.

II est des parfums frais comme des chairs d'enfants,
Doux comme les hautbois, verts comme les prairies,
Et d'autres, corrompus, riches et triomphants,

Ayant l'expansion des choses infinies,
Comme l'ambre, le musc, le benjoin et l'encens,
Qui chantent les transports de l'esprit et des sens.

Charles Baudelaire

La Naturaleza es un templo en el que pilares vivientes
dejan, a veces, escapar confusas palabras;
el hombre atraviesa estos bosques de símbolos
que le observan con miradas familiares

Igual que lejanos ecos que de lejos se confunden
en una tenebros y profunda unidad,
vasta como la noche y como la claridad
los perfumes, los colores y los sonidos se responden.

Hay perfumes frescos como la piel de los bebes,
dulces como los oboes, verdes como las praderas,
y otros, corrompidos, ricos y triunfantes,

Y tienen la expansión de las cosas infinitas,
como el ámbar, el musgo, el benjuí y el incienso,
que cantan la conmoción del espíritu y de los sentidos.


El gran poeta, el que inaugura casi todo, nos habla en este descomunal poema de un mundo que nos susurra su unidad desde innumerables símbolos. Que la naturaleza no es más que una vasta acumulación de ecos y de metáforas que nosotros no logramos desentrañar. Yo creo que es la visión del mundo de la poesía o de la música, justo la contraria de la física, que busca compartimentar, dividir el mundo, analizarlo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Abuanajolyojen


En un disco de 45 rpm sonaba "abuanajolyojen" de los Beatles, leíamos tebeos de Spiderman, almorzábamos tortilla de atún y nos reíamos…Y la cosa ya estaba allí. No la veíamos ni tan siquiera la presentíamos, pero fue adueñándose de la casa, y de los que la habitaban, y acabó por infectar los corazones y dejarlos resecos, sordos a los sentimientos.


http://www.youtube.com/watch?v=bg8EQdcud7Q&feature=related

martes, 2 de noviembre de 2010

A oscuras


No encuentra la manga y en su desesperación estira con fuerza el brazo y desgarra el suéter. Hace tan solo dos días que llegó, creo que se llama Vázquez o Pérez o algo así muy vulgar. Parte de la mano le asoma por el roto, intenta sacarla, veo sus dedos debatirse como marionetas. Vuelve a intentarlo, estira el brazo con fuerza y la inercia le hace caer de culo sobre el camastro, le siento bufar. Una tenue luz que entra por el ventanuco que hay sobre mi cabeza le alcanza como un rayo de sol y me permite verle,mis ojos ya están acostumbrados a la oscuridad, son dos años aquí, pero él no tiene esa suerte o esa desgracia. Sentado sobre el catre, cuando yo pensaba que había perdido las eperanzas, logra sacar la mano del agujero, entonces con renovadas energías busca otra vez la manga y lo consigue.

Todos hemos pasado por eso, la desesperación inicial, la idea inmediata de escamotear la ropa de la taquilla que permanece cerrada por las noches, ocultarla debajo de la almohada y esperar la llegada de la noche. Creía que la manga izquierda iba a ser más fácil pero se le resiste, pugna de manera incansable por conseguir introducir el brazo, se tranquiliza un poco y lo hace con suavidad y concentrándose, al fin consigue calarse el jersey por completo.

Apenas he cruzado unas palabras con él, pero parece decidido, sincero y valiente; claro que todos somos así al principio. Suspira sentado en la cama, luego se pone de pie y, a la palpa, busca debajo de la almohada los pantalones. Yo recuerdo mi noche, conseguimos auparnos hasta la ventana, salir al patio y llegar hasta el muro, luego...

Sostiene los pantalones con las dos manos, levanta la pierna izquierda, titubea un poco y salta dos veces a la pata coja pero al final introduce la pierna en el camal, ¡quizás lo consiga!, de pronto, el pie se le engancha en la pernera, trastabilla hacia atrás y va a golperase contra las taquillas, un estruendo metálico inunda la sala, siento tras de mí los ojos de todos los compañeros clavados en esa figura apoyada en los armarios con una pierna dentro del pantalón y la otra fuera, pero nadie dice nada, un silencio espeso nos mantiene a todos rígidos, esperamos acontecimientos, uno, dos, tres, cuatro minutos... Nada, puede que no lo hayan oído. Entonces se saca el pantalón y haciendo un gurruño con él se lo mete bajo el suéter, a toda prisa y con destreza inusitada para la oscuridad que hay, se coloca debajo de la ventana y de puntillas se agarra al alféizar y...resuena el sonido de los focos encendiéndose, la puerta del fondo del corredor se abre; él se da la vuelta, saca el pantalón de debajo del suéter y mientras los ve acercándose termina de ponérselos tranquilamente.