lunes, 11 de febrero de 2013

SAN JUAN BAUTISTA

Ilustraciones de David Sanvisens

















San Juan Bautista. Il Caravaggio. c. 1602


        — En cuanto abra la puerta me lo sujetas, ¿de acuerdo?
        — ¡Que sí!, ¡que ya está claro!, ¡llama de una puta vez!




— Soy yo, Miguel... ¡Ahora!...¡Sujétamelo, gordo! ¡Sujétamelo!, así. Ahora verás ¡cabrón!
— ¡Tranquilo Héctor!
— Ahora no te ríes como el otro día, ¿eh?, ahora no dices nada del canguelo que tienes.
— Te estás pasando, Héctor.
— ¡Te voy a matar!
— ¡Héctor!, ¡Héctor!
     ¡Suéltame!, ¡suéltame!




***

Manos, manos, manos. Que se clavan como puñales. Rocas en el mar. Cirujanos sórdidos que penetran, sajan, golpean. Vorágine de movimien­tos. ¿Héctor?, ¿Héctor qué nombre es? Sombras que van y vienen, y dibujan formas como el humo en los paraísos artificiales...¡Canguelo que tienes!... Rojo y negro, destellos de rojo. Sol oscuro. Noche resplande­ciente.




¿Por qué lo hace? Recuerdos instalándose en el cerebro: mi madre canta, a dormir mi niño uo,uo,uo. Estruendo metálico...¡a matar!...El universo se destruye. La vida fluye hacia el infinito, lentamente. Soy, somos, como el barco en medio del hu­racán. ¿Dónde estoy, a dónde he llegado? Arde el estómago igual que en las tardes negras del pasado. Yo le quería. El tiempo se expande, un segundo vale una eternidad, luego se contrae y la eternidad de un golpe es sólo un segundo...¡Ahora no te ríes...!... El blanco puebla mis visiones por un instante, blanco como el azahar de mi infancia. Recupero ese olor, el aroma de la flor. Los paseos entre naranjos, las manos cálidas, el cari­ño interminable, las miradas del todo y yo rey del mundo. Las palabras flotan en mi cerebro como un madero a la deriva en el mar, mi cerebro rebota, una y otra vez, contra los muros del cráneo. ¡...verás cabrón!...

                                                           ***
— ¿Esto valdrá algo?
— ¿Y yo que sé?  Supongo que a los cuadros podríamos sacarles pasta, pero dónde íbamos a llevarlos nosotros, nos trincarían a las primeras de cambio.
— Pues entonces ya me dirás.
— Este cabrón debe tener dinero en alguna parte, ¡estoy seguro! ¿Eh?  ¡maricón!, me oyes, ¿dónde tienes el parné?, ¿dónde?
— No le des más, que ése no aguanta otra.
— ¡Qué reviente!
— ¡Y una mierda!, ya está bien, ¡déjalo! Si se nos muere me busco la ruina.

— ¡Tonterías! Un maricón menos en el mundo.
— ¡Claro!, cómo tú todavía eres menor, ya cargará el gordo con las culpas, igual que en lo del supermercado del año pasado.
— ¡Qué dices! Vamos, Gordo, no seas ingenuo, aquí en este barrio no nos conoce nadie. Este es un barrio de gente de mucha pasta y, además, nos han abierto la puerta, no hay  nada forzado. Este es un negocio tranquilo
— Pero este tío te conoce. Has estado viniendo aquí casi un mes. Por ahí nos pueden pillar.
— No sabe dónde vivo, no sabe cómo encontrarme y no sabe cómo me llamo, ya te he dicho que para él soy Miguel.
— ¿Y a qué se dedica el gachó éste?
— Es profesor en la Universidad.
— ¡Pfiuu!, vaya nivel. ¿Y de qué?
— De arte.
— ¡Ah!
    ¡Venga!, no nos entretengamos.



***

A él le gusta, lo sé. El Azul, añil, verde, rojo, rojo, rojo. Palabras, palabras, palabras...¿...tienes el parné?... Mis labios exhalan una canción apenas recordada, ¿cuánto tiempo ha pasado, una hora, un minuto? laralarala, laralara de la nuit umumumum  umahumah  que tu me chantait... ¡Y  una mierda!... Oigo una música lenta y penetrante, que se repite y se repite, pom, pom, pom.
Una alameda aparece en mi mente y paseo por ella. Siento relajación, flaccidez en mis músculos. No tengo fuerzas, no tengo tacto...¡Tonterías!, un maricón menos... Llevo años en el mismo sitio, desangrándome, quieto. Y la melodía suena, suena. Mi madre me hubiera protegido. Yo no hice caso...  ¡ ...reviente!...


                                                    ***

— ¡ Oye Héctor ! ¿se puede saber que venías a hacer aquí?
— No es tu problema, ¿de acuerdo?
— Algo te habrá hecho para que hayamos venido a darle un curro tan fuerte.
 — Ya te lo dije, quería pasarse de listo conmigo en un negocio, ya está.
— Sí, pero ahora el negocio también es mío, ¿no? porque para algo estoy aquí.
— Tu negocio es que de lo que saquemos hoy te llevas la mitad.
— Pues poco negocio es ése, porque de las cámaras de fotos todo lo más vamos a sacar cincuenta billetes, y me alargo mucho.
— ¿Qué le pasa a éste ahora? ¿ Qué es lo que dices ?
— Parece que está canturreando, está medio ido. Es que le has dado muy fuerte en la cabeza, tenías que habérmelo dejado a mí, un par de hostias bien dadas y arreglao. Pero has perdido los nervios.



— A mí, quién me la hace me la paga.
— Me parece bien, ¡joder!, pero si me hubieras dejado a mí  voy calentándolo y al final canta seguro dónde tiene el dinero, y así ¿qué es lo que sacamos?
— Yo sé por qué hago las cosas.
— Pues yo me llevo cuadros, aunque sea en el rastro, algo me darán.
— Haz lo que quieras. Y tú, ¡cerdo!, por qué me miras con esa cara ¿eh?  Creías que te ibas a salir con la tuya, pero a Héctor no le engaña nadie y menos aprovecharse de él, ¿estamos? 



                                                   ***

El dolor es un sonido, una nota aguda o grave, interrumpida o repetida, una sinfonía dodecafónica. Grito en silencio, no me quedan fuerzas para hablar, grito como el bebé cuando llora, con toda el alma ...¡me la hace me la paga!... Los rostros me rodean feroces, indiferentes al sufrimiento, rostros bellos y, sin embargo, tan duros. ...vamos a sacar cincuenta billetes...
¿Cuál es el anverso de la belleza, su complementario, unido a ella, espalda con espalda?, el horror. Después de un mes juntos, ¿por qué me hace esto? ...te ibas a salir con la tuya...Un sabor salado inunda mi boca, mi lengua se llena de él y se hincha. Agua, inmensidades de agua, quiero ahogarme en su frescor, mojarme entero. Volver a la tranquilidad de mi niñez...¿Creías que?...


     ***
— ¡ Mira !
— ¿ Qué ?
— Mira lo que hay aquí, una caja fuerte detrás del cuadro como en las películas, ja, ja, ja; ahora sí que hemos hecho negocio.
— Como no podamos abrirla.
— ¡Qué coño!,  ¡si está abierta !
— ¡Aparta Gordo!, déjame ver qué hay.
— ¡Espérate! para eso la he visto primero...¡mierda!, no hay pasta, sólo papeles, escrituras y un sobre.
— ¿Un sobre?  ¿Y qué tiene?
— Parecen fotos.
— ¡Fotos! ¡Dámelas!
— ¡ Estáte quieto!,  ¡estáte quieto Héctor, que te arreo!


— ¡Ay!
— ¿Te he hecho daño?
— No, ¡dame las fotos!
— ¡Qué no !
— ¡Dame las fotos!
— Estáte quieto, ¿ o quieres que te vuelva a dar ?
— ¡Dámelas!
— ¡Ahí va!, pero si sales tú, Héctor. 
— ¡Que me las des!
— Y en pelota, ¡ja,ja!, y haciendo posturitas, ¡ja,ja,ja!
— Dame las fotos, ¡gordo de mierda!

























                                                                        ***
La habitación se expande ante mis ojos, se alarga alucinantemente sobre un fondo denso y oscuro como una niebla...¡Dámelas!... Tiene miedo, por eso me pega. Percibo flashes de colores con irisaciones. Lo volvería a hacer otra vez. Palabras sin sentido, inconexas, cortan mis tímpanos como cuchillas. Vuelvo a un tiempo en que el lenguaje es misterio, cábala, signos inescrutables , sólo sonidos, ruidos. ...¡las fotos!...

 El silencio, miedo a lo desconocido, niño ante la oscuridad vuelvo a ser. Ahora el negro predomina sobre el rojo, grises rojizos, rojos negruzcos, todo va de uno a otro. ¡Miedo, miedo, miedo! Los sonidos han desaparecido, sólo queda mi visión de los dos colores y el sabor salado y la sed inmensa ...¡gordo de mierda!... Me da pena. Sensaciones extrañas, mi cuerpo se desparrama e invade  la casa como una riada, me siento en todos los lugares a la vez, ubicuo y débil.



    ***

—¿Así que eso es lo que venías a hacer aquí?
— Me pagaba mucha pasta.
— ¡Ya!
— Una cantidad increíble de dinero por venir aquí y desnudarme para que me hiciera las fotos.
— ¿Sólo por eso?
— ¡No me jodas, gordo!, haz el favor.
— ¡Ya!
— Ya, ¿qué?
— Nada.
— ¿Entonces?
— Eso.
— Pues ya está.
— Ahora lo entiendo menos. Tienes un chollo grande con este tío, a ti que no te importa despelotarte, y hemos venido a joderlo porque en esta casa no hay un duro. ¿ Me lo quieres explicar ?
— Llevaba varios días sin  pagarme, dándome largas.
— ¿Sí? Pues anoche en el bar del Vargas, bien que tirabas de cartera.
— Tenía dinero ahorrao.
— ¡Ja! , tú ahorrar, no me hagas reír, ¿quieres?
— Bueno, hago lo que me da la gana.
— ¡Ya, ya!
— ¡Gordo!, no me calientes.
— ¿Qué quieres? No lo entiendo, este rollo era una bendición y tú lo tiras por la ventana.
— No aguantaba más a este cabrón, ¿está claro?, no aguantaba sus historias.
— ¿Qué historias?
— No sé, manías que se le meten en la cabeza.
— ¿Cómo cuáles?
— Por ejemplo, me decía que me parecía a San Juan Bautista.



— ¡Tú, un santo! Sí que está tarumba, sí.
— ¡Ves!, además tenía la foto aquí, en este libro.
— A ver.
— ¿Entiendes por qué no aguantaba más?
— Pero sí es verdad, te pareces un montón.
— ¡No me jodas gordo!
—Si eres clavadito. Sí, sí y aquí pone: San Juan Bautista...Il...Car...ava...ggio. Mira que si fueras un santo de verdad.
— Ya está bien, vámonos de aquí.
— Y qué hacemos con éste.
— Nada.
— Pues, ¡venga!

 ***

No sabe enfrentarse a sí mismo, eso le pasa... Il Caravaggio... Caras, caras, me acechan por todas partes, y se reblandecen, se desfiguran como cera caliente. Un San  Juan bautista que me mira con su cara sonriente,   ¿lo conozco?, no sé. No veo bien...¡No me jodas!... La luz se apaga o vacila. Blanco y negro sobre rojo. ¿Qué hubiera podido hacer?  Y el sabor salado...clavadito...  Me gusta el San Juan bautista, me gusta su sonrisa malvada. Frío, hielo, todo blanco. Sólo blanco sobre rojo, rojo y blanco. Mí, él, yo, tú, no sé. Y fuego, ardor, fuego, fuego. Dolor y placer al tiempo. Hacer el amor con el San Juan...un santo de verdad...un niño, un hombre, un lobo.




FIN