martes, 2 de noviembre de 2010

A oscuras


No encuentra la manga y en su desesperación estira con fuerza el brazo y desgarra el suéter. Hace tan solo dos días que llegó, creo que se llama Vázquez o Pérez o algo así muy vulgar. Parte de la mano le asoma por el roto, intenta sacarla, veo sus dedos debatirse como marionetas. Vuelve a intentarlo, estira el brazo con fuerza y la inercia le hace caer de culo sobre el camastro, le siento bufar. Una tenue luz que entra por el ventanuco que hay sobre mi cabeza le alcanza como un rayo de sol y me permite verle,mis ojos ya están acostumbrados a la oscuridad, son dos años aquí, pero él no tiene esa suerte o esa desgracia. Sentado sobre el catre, cuando yo pensaba que había perdido las eperanzas, logra sacar la mano del agujero, entonces con renovadas energías busca otra vez la manga y lo consigue.

Todos hemos pasado por eso, la desesperación inicial, la idea inmediata de escamotear la ropa de la taquilla que permanece cerrada por las noches, ocultarla debajo de la almohada y esperar la llegada de la noche. Creía que la manga izquierda iba a ser más fácil pero se le resiste, pugna de manera incansable por conseguir introducir el brazo, se tranquiliza un poco y lo hace con suavidad y concentrándose, al fin consigue calarse el jersey por completo.

Apenas he cruzado unas palabras con él, pero parece decidido, sincero y valiente; claro que todos somos así al principio. Suspira sentado en la cama, luego se pone de pie y, a la palpa, busca debajo de la almohada los pantalones. Yo recuerdo mi noche, conseguimos auparnos hasta la ventana, salir al patio y llegar hasta el muro, luego...

Sostiene los pantalones con las dos manos, levanta la pierna izquierda, titubea un poco y salta dos veces a la pata coja pero al final introduce la pierna en el camal, ¡quizás lo consiga!, de pronto, el pie se le engancha en la pernera, trastabilla hacia atrás y va a golperase contra las taquillas, un estruendo metálico inunda la sala, siento tras de mí los ojos de todos los compañeros clavados en esa figura apoyada en los armarios con una pierna dentro del pantalón y la otra fuera, pero nadie dice nada, un silencio espeso nos mantiene a todos rígidos, esperamos acontecimientos, uno, dos, tres, cuatro minutos... Nada, puede que no lo hayan oído. Entonces se saca el pantalón y haciendo un gurruño con él se lo mete bajo el suéter, a toda prisa y con destreza inusitada para la oscuridad que hay, se coloca debajo de la ventana y de puntillas se agarra al alféizar y...resuena el sonido de los focos encendiéndose, la puerta del fondo del corredor se abre; él se da la vuelta, saca el pantalón de debajo del suéter y mientras los ve acercándose termina de ponérselos tranquilamente.

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