lunes, 21 de septiembre de 2009


Dieciséis años. En el zurrón de las lecturas no demasiadas cosas, pero sí muy heterogéneas, a saber: Verne, Zola, Tolstoi, Stevenson, Blasco Ibáñez, Baudelaire...Una tarde en casa de un amigo, en su habitación, con sus padres ausentes bebiendo un güisqui de calidad hurtado del bar de su progenitor, hablando de literatura y cine. Éramos pedantes y ahora me resultaría insoportable a mí mismo si me eschuchase pontificando sobre aquel capítulo del Jean Mitry: "Sobre un cierto pre-cine".
De pronto mi mirada se posa sobre siete volúmenes iguales en la estantería, ordenaditos con cuidado sumo. Me levantó tambaleante, giró la cabeza y leo: "En busca del tiempo perdido" y pregunto. Una novela de siete volúmenes, me contesta Pepe, ni la había abierto, ni la había mirado.
Y seguimos hablando de cine. Mitry, Bazin, Cahiers, Bresson; bla, bla, bla...
Por no sé qué misterios de la memoria y del recuerdo, años después, creo que nueve, en la sección de libros de El Corte Inglés buscando lecturas para un verano que se avecinaba ocioso y triste, vuelvo a ver aquellos siete volúmenes igualmente ordenados, como si tampoco nadie los hubiese abierto en mucho tiempo, igual que en casa de mi amigo. Sin pensarlo, tomo el primer volumen, se titula: "Por el camino de Swan", lo pago en caja y salgo ufano del establecimiento. Ignoraba entonces que unos días después, al acabar aquella novela, empezaría a ser otra persona.

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