jueves, 27 de mayo de 2010

¿Orgullo?


Volviendo a ver la última adaptación de Hollywood sobre Orgullo y prejuicio de Jane Austen, me pregunto dónde está el orgullo de Elizabeth Bennet. ¿Acaso podía hacer otra cosa cuando rechaza a Darcy? En la película sucede en un precioso templete circular bajo una lluvia torrencial, como siempre en el cine. Darcy sí muestra todos sus prejuicios de clase cuándo le espeta entre dolido y perplejo: "¿Me rechaza?" ella después de algunas frases le dice algo así: "...me ha ofendido diciéndome que me quiere contra los dictados de su voluntad" porque él le ha dicho que ha sostenido una terrible lucha para evitar esta pasión inconveniente desde el punto de vista social y, después, le dirá que todo en su familia es reprobable excepto ella y su hermana: "...excluyo a su hermana Jane y a usted de ese comentario..." (las citas son de memoria, no son exactas pero sí aproximadas). Es cierto que Darcy le está hablando con toda la sinceridad del mundo, pero profiere palabras muy duras: todo lo que la rodea, toda su vida, sus afectos, su mundo, es deleznable para mí, excepto usted. Y Lizzie se alza enorme, plena de dignidad, monumental, para rechazar al aristócrata; que no contaba con aquel repudio, que pensaba que su decisión, la capitulación de sus sentimientos de clase ante su corazón, era todo lo que tenía que hacer para conseguirla. La escena es el clímax de la novela, de hecho yo creo que el happy end final es una concesión a las costumbres literarias de la época, pero Austen no tenía mucho más que contar, aunque todavía nos regala el sublime pugilato entre Lizzie y la tía de Darcy. Yo creo que Elizabeth Bennet actúa con dignidad, quizás la novela debería haberse titulado Dignidad y prejuicio, ¿no?

martes, 9 de febrero de 2010

Fuendetodos, un pueblecito de Zaragoza


Estas navidades visitamos Fuendetodos, es un pueblo minúsculo, sobrio, como corresponde a un lugar que linda con los Monegros. Aparentemente no tiene nada de especial, uno de tantos pueblos de la España despoblada del interior, algún rincón bonito, alguna foto pintoresca que echar...Pero en el restaurante donde comimos nos enseñan un libro de firmas de visitantes ilustres: Gunter Grass, Fernando Savater, Camilo José Cela...la respuesta a todas estas visitas a tan escondido pueblo es que allí nació uno de los grandes genios del arte: Francisco de Goya y Lucientes. Era hijo de un dorador, aquellos artesanos que se dedicaban a aplicar un pátina áurea a los retablos de madera de la época, por tanto era una familia humilde para la época. Una familia humilde, un pueblo escondido tras un desierto, ¿por qué surge el genio en tal lugar? ¿cuáles son los inextricables mecanismos del espíritu que provocan semejante prodigio? Quizás si pensamos en Miguel Ángel o en Leonardo creciendo en la Florencia de la revolución cultural del siglo XV, pueda parecer previsible o incluso razonable. Pero en los monegros...¿Acaso el genio humano depende del azar? Paseando por la casa museo, casa donde nació el prodigio y donde correteó de niño, trato de aprehender algo del ambiente, un no se qué, una pista que responda a mi inquietud, pero no hay nada. Ahí queda Fuendetodos, pueblecito minúsculo, recio, frio y misterioso.

jueves, 24 de septiembre de 2009

CULTURA | 'Level 26'

La 'diginovela' combina libro, película y página web

[foto de la noticia]


lunes, 21 de septiembre de 2009


Dieciséis años. En el zurrón de las lecturas no demasiadas cosas, pero sí muy heterogéneas, a saber: Verne, Zola, Tolstoi, Stevenson, Blasco Ibáñez, Baudelaire...Una tarde en casa de un amigo, en su habitación, con sus padres ausentes bebiendo un güisqui de calidad hurtado del bar de su progenitor, hablando de literatura y cine. Éramos pedantes y ahora me resultaría insoportable a mí mismo si me eschuchase pontificando sobre aquel capítulo del Jean Mitry: "Sobre un cierto pre-cine".
De pronto mi mirada se posa sobre siete volúmenes iguales en la estantería, ordenaditos con cuidado sumo. Me levantó tambaleante, giró la cabeza y leo: "En busca del tiempo perdido" y pregunto. Una novela de siete volúmenes, me contesta Pepe, ni la había abierto, ni la había mirado.
Y seguimos hablando de cine. Mitry, Bazin, Cahiers, Bresson; bla, bla, bla...
Por no sé qué misterios de la memoria y del recuerdo, años después, creo que nueve, en la sección de libros de El Corte Inglés buscando lecturas para un verano que se avecinaba ocioso y triste, vuelvo a ver aquellos siete volúmenes igualmente ordenados, como si tampoco nadie los hubiese abierto en mucho tiempo, igual que en casa de mi amigo. Sin pensarlo, tomo el primer volumen, se titula: "Por el camino de Swan", lo pago en caja y salgo ufano del establecimiento. Ignoraba entonces que unos días después, al acabar aquella novela, empezaría a ser otra persona.